Ya decía Goebbels, que era un pájaro de cuidado pero que de tonto no tenía un pelo, que una mentira repetida mil veces se convertía en una verdad. Y efectivamente, si a uno
le preguntan quién fue el mayor fenómeno en cuanto a ventas y éxito de la música española de los años noventa, se verá tentado a responder que Alejandro Sanz. No obstante, como decía Antón Reixa, estamos en guerra pero hay que reflexionar. Esa es efectivamente la versión oficial, que sólo recoge las ventas de los grandes almacenes y no tiene en cuenta las de ferias, mercadillos y gasolineras. En El Corte Inglés y similares, se privilegia a algunos grupos colocándolos en los mejores stands, poniéndolos en los puestecillos para escuchar con cascos, utilizándolos de música ambiental y colocando grandes posters de ellos, mientras a otros se los oculta y relega a la sección de ofertas; allí es donde los Alejandro Sanzes de la vida imponen su dictadura. Pero en la gasolinera, Amaral, La oreja de Van Gogh, Rosana y demás bazofia tienen que hacer algo a lo que no están acostumbrados: competir en igualdad de condiciones con artistas muy superiores denigrados en los medios de comunicación, como El Fary o Junco. Allí no hay trampa ni cartón, el pueblo se expresa libremente y el resultado cambia mucho; en ese caso, Camela surge como el clarísimo número uno musical de la última década. Siguiendo la estela de uno de los mayores ídolos y referentes de este blog, la gran Encarna Sánchez, aquí se hace periodismo valiente dirigido a la verdad, y la verdad es que la mayoría que ha elegido sabiamente a Camela como mejor grupo de la música española contemporánea no debe ser silenciada más tiempo.
¿Cuáles son las claves de este atronador y merecido éxito y fenómeno sociológico?
1) En primer lugar, la compen
etración perfecta existente en el compacto trío formado por Miguel Angel, el cerebro del grupo, y los cantantes María Angeles y Dionisio, que interpretan a dos voces los relatos de amor, pasión y venganza compuestos por el primero, dando siempre las dos caras de la historia, la masculina y la femenina, un poco en la línea de genios como Pimpinela.
2) La indiscutible conjunción de sordidez y calidad en los temas: a diferencia de lo que ocurre con Alejandro Sanz, en una canción de Camela existe una melodía, se puede distinguir entre la estrofa y el estribillo, las sílabas de las palabras coinciden con las notas del teclado, y las letras son eso, letras de canciones que cuentan historias, no un testamento farragoso e incoherente que da vueltas en torno a la nada. Las virtudes de Camela parecen cosas muy básicas, pero luego uno oye un disco de Álex Lumbago y descubre que no lo son tanto.
3) La autenticidad de una gente que hace la música que les gusta; frente a unos pijomier
das disfrazados de neopunkies como El canto del loco, el sospechoso buen rollito de gente guai como Estopa, la insufrible languidez pretenciosa de La buena vida, Los planetas, La habitación roja y otros bodrios indies que no son más que La oreja de Van Gogh con pose cultureta, la parodia del homenaje del refrito de la actualización de la música de los 80 de otros tantos indies cuyo supuesto mérito es repetir lo mismo que Azul y negro o Almodóvar y MacNamara hicieron hace veinte años, y que ya entonces era sórdido, y largo etcétera de horrores que sufrimos en la música española, Camela no tienen pose ni van de nada más que de ellos mismos.
4) Y esta sencillez la llevan a sus temas: a la hora de hacer una canción sobre los ligues por internet, frente a la vicisitud que causa la supuesta ingeniosidad de Tam Tam Go cantando y tú me arroba arroba has robado la razón, Camela ganan por goleada con Amor y cariño.com, el ciberespacio, tú y yo, no existen fronteras para el amor.
5) Algo muy relacionado con este último punto: Camela escribe sobre un universo que conocen a la perfección y se colocan a la misma altura de su público sin renunciar por ello al lirismo. Lejos de la estomagante condescendencia y el paternalismo con los que Joaquín Sabina narra un amor adolescente en Pájaros de Portugal, desde
el punto de vista del viejo verde borracho del bar que le mira el culo a una quinceañera creyéndose en su patetismo etílico que es un bohemio y que comprende a la juventud, Camela narran, con mucha mayor gracia y sin pseudotrascendencia de abuelete contando batallitas, la historia de amor de dos quinceañeros en la discoteca el domingo por la tarde: a él le gusta ella porque está maciza, así que le pide a la amiga de turno que interceda en su favor, pero la calorrilla deseada no lo tiene muy claro porque el gañán es un poco feo, así que esperará a decidirse hasta más adelante, cuando esté más borracha o cuando vea que no surge nada mejor. Este pequeño drama cotidiano adquiere, sin perder su frescura y su verosimilitud, dimensiones épicas cuando Miguel Angel, el compositor cameliano, le aporta su poética mirada creando una obra maestra: la calorrilla tiene un corazón indomable y el calorro se muere por su amor y no puede convencerla, pero son cosas del amor que tiene que aguantar. Ante tal sentido de la lírica, ¿cómo puede decir alguien tonterías como que las letras de Serrat o Sabina son mejores? La única vez que Sabina abrió la boca para decir algo que mereciera la pena escuchar fue cuando manifestó que los discos de Ramoncín los habían retirado del top manta porque en la tienda estaban más baratos. Pero pueden si quieren olvidarse de tanta gentuza y disfrutar sin mayor dilación de uno de los títulos más inspirados de nuestros amigos pinchando aquí.
6) El siguiente argumento ya no requiere de mayor explicación: la personalísima estética del grupo (que ha perdido fuerza, eso sí, desde que Maria Angeles ya no se peina con flequillo) plasmada en geniales videoclips de trajes blancos y paseos por la playa. Ni siquiera las versiones para karaoke de los videos son mejores que los originales.
7) La fidelidad de un público que ha permanecido al pie del cañón desde los tiempos de las casettes y la
s gasolineras. Frente a los oyentes veletas de Radio 3 y los lectores del Rock de Luxe, que cada dos meses descubren al grupo más importante del rock de los últimos diez años para olvidarse de él tan pronto como el gurú de turno recomienda la siguiente estupidez que se impondrá entre los gafapastas, la comunidad de fans de Camela está, al igual que el grupo, al margen de las modas que vienen y van. Además, como la andadura de nuestros amigos no se inició desde la radiofórmula, sino desde abajo, no tienen el problema al que se enfrentan otros fenómenos populares como el Koala, un hombre de cuya honestidad y pureza no dudamos, pero sí, y mucho, de las de su público y su discográfica. El título Rock rústico de lomo ancho suena descaradamente a maniobra de marketing de multinacional; compárenlo con Lágrimas de amor, nombre del primer album de Camela. Maria Angeles, Dioni y Miguel Angel, afortunadamente, siempre han sido vistos con el máximo respeto por sus fans y nunca han servido de hazmerreir para la audiencia de Aquí hay tomate y similares.
8) El haber creado un estilo propio, la tecno-rumba, del que son creadores y máximos representantes, aunque el género tenga sus precursores, que ahora pasamos a analizar con detalle.
Breve historia de la tecno-rumba: precursores e imitadores de Camela
Vivo en la convicción de que una de las peores cosas que puede hacer un ser humano es escuchar, y no digamos tocar, música folk, una aberración sólo comparable a la de apuntarse en un gimnasio; en el caso del flamenco, el horror y la abominación se duplican al añadirle culturetismo
a lo folclórico. Lamento tener que decir que para mi Camarón era un yonqui insoportable que daba gritos, y el único momento divertido que me hizo vivir fue cuando su viuda, La Chispa, fue a recoger un galardón que le concedían póstumamente a su marido agarrando firmemente su bolso mientras bajaba las escaleras hacia el escenario. Di que sí, Chispa, que hay mucho muerto de hambre en la música.
Otra cosa muy distinta es cuando el flamenco y la lolailez se mezclan con la música moderna con sabrosos y sórdidos resultados. Las pioneras en tener éxito con experimentos de este tipo fueron Las Grecas en los años 70. Recordemos si no la estridente guitarrada propia de rock duro con la que comienza el clásico Te estoy amando locamente; luego entraban las voces y la guitarra se veía reemplazada por un ruidillo de cacerolas, configurando una empanada musical que se convirtió en el disco más vendido de 1974 y que aportó ideas que serían retomadas en el futuro por gentes tan idas de la olla como Triana y Medina Azahara, que pretendían combinar la música andalusí con el rock sinfónico y progresivo.
Pero en la época más gloriosa de la historia de la música mundial, los años 80, los restos del jipismo y el sinfónico se habían disipado ya, y la nueva modernidad era el tecno. Aquí hay que reivindicar el sentido original de esta palabra, que
hoy en día evoca una innoble música pastillera para musculocas y modernillos que hacen clubbing, pero que en aquellos felices tiempos representaba a un abanico de gentes muy gratas de recordar, que iban desde Kraftwerk hasta el pussy-pop pasando por Depeche Mode, Eurythmics, Modern Talking, Baltimora o Limahl. Unos culturetas, otros marchosillos y otros pachangueros, pero todos ellos erótico-festivos y llenos de amor y sordidez. La idea de crear un tecno de raíces flamencas, es decir, la primera tentativa de tecno-rumba, no tardó en surgir; si la propuesta en sí ya era demencial, más todavía lo fue el intentar lanzar el nuevo estilo a bombo y platillo a través de un vehículo como el Festival de Eurovisión, ya por entonces anquilosado y que no sería rescatado como icono máximo de la cultura gay hasta la década siguiente. El caso es que en 1983 Remedios Amaya dio a conocer la tecno-rumba al atónito público europeo con el inolvidable Quien maneja mi barca.
Estaba claro que en Eurovisión lo intermedio es para los mediocres, mientras que para los grandes como Remedios sólo hay dos posibles resultados dignos: o ganar o quedar de último con cero points, y a ella le ocurrió lo segundo; nada de lo que avergonzarse sino todo lo contrario: en España es el tema eurovisivo más recordado de la historia junto con La la la. Nuestra amiga insistió en el género con todo un disco lleno de tem
as magistrales como Chiribi o Como el agua de la fuente, que todo sórdido de pro debería buscar por cualquier medio. Pero, ante el escaso éxito, ella no fue constante frente la adversidad y se degradó pasándose al flamenco tradicional, convirtiéndose en una Niña Pastori de la vida. Que mal.
El testigo de Remedios Amaya lo cogerían al final de los ochenta Azucar Moreno, con la colaboración de un sórdido productor de la época, que hay que reivindicar ya como figura de culto: Raul Orellana. Sus teclados, unidos al temperamento racial de las hermanas Salazar, produjeron obras tan memorables como Debajo del olivo, Carne de melocotón o la exitosa Bandido, que fue también tema eurovisivo. La evolución de las Azucar, sin embargo, también fue a peor, abandonando el tecno y pasándose durante los años 90 a la pachanguilla latina anodina.
Camela, en cambio, han sido siempre fieles a su género, al que bautizaron. Representantes del auténtico espíritu independiente, son el único grupo español de éxito que no nació de un estudio de mercadotecnia de una multinacional sino que se fue currando
su público paulatinamente, dando conciertos y recorriéndose las gasolineras con sus maquetas. El boca-oreja transformó en grandes éxitos sus dos primeros álbumes, Lágrimas de amor y Sueños inalcanzables. El tercero, Corazón indomable, fue ya lanzado como fenómeno de masas y ocupó el número uno de las listas de ventas, como ocurriría con todos sus discos posteriores. Vista la magnitud del éxito, el trío decidió fichar por una multinacional, cambio que no repercutió para nada en su estilo, que siguió imperturbable con obras como Sólo por ti o Amor punto com. Naturalmente, surgieron por doquier imitadores, como los efímeros Chalai, Kaima o Ríos de gloria, carentes de la personalidad de los originales. Y es que la clave del éxito de Camela, según el cerebro del grupo, Miguel Angel, es muy sencilla: Todos los artistas interpretan canciones de amor , pero Camela hacemos historias de amor. Y como dijo Claude Lelouch, director de Un hombre y una mujer, y por lo tanto uno de los artistas fundamentales del siglo XX, el amor debe ser el motor de la vida de un artista. Si no es así, es que uno es un amargado o alguien demasiado pretencioso.